Un joven monje estaba concluyendo su periodo de preparación y muy pronto pasaría a enseñar. Como todo buen alumno, necesitaba desafiar a su profesor y desarrollar su propia manera de pensar. Así que capturó un pájaro, lo agarró con una mano y lo llevó hasta él:
–Maestro, ¿este pájaro está vivo o muerto?
Su plan era el siguiente: si el maestro contestaba `vivo´, él abriría la mano y el pájaro echaría a volar. Si la respuesta fuese `muerto´, él lo aplastaría entre los dedos. De esa manera, el maestro siempre estaría equivocado.
–Maestro, ¿el pájaro está vivo o muerto? –insistió.
El maestro lo miró a los ojos con respeto y compasión, respiró profundamente y con mucho amor le respondió:
–Eso depende de ti. La solución está en tus manos!